Siento que el mar esta cerca. Cierro los ojos, y doy un paso, y otro, sin saber que estoy pisando ni cuanto falta para dejar de pisar. Sigo con paso firme, sin pensarlo. Avanzo un par de metros y dispuesto a dar un paso más, me paro. No sé por que lo hice, pero me paré, abrí los ojos, y miré donde estaba. No pude evitar pensar que si hubiese dado un paso más me caería por este acantilado. Estaba lloviendo, oía de fondo a las gaviotas, y podía oler el mar.
El acantilado mediría como mínimo unos 20 metros. Tengo miedo a las alturas, me estoy mareando, pero no paro de mirar hacía abajo. Las olas chocando con las grandes piedras me hipnotiza.
Pienso en mi propósito al venir aquí, quería morir pero sin embargo no soy capaz de dar ese paso.
Soy cobarde, soy cobarde hasta para morirme. Ver lo débil que soy me dan ganas de gritar. Y lo hago, grito sobre lo débil que soy, sobre lo que odio, sobre lo que me da asco y sobre por que no consigo nunca lo que quiero, le grito a Dios, le grito a todo, grito hasta quedarme afónico.
No estoy preparado para hacerlo, y decido darme la vuelta e irme, no hago nada aquí, y ya esta oscuro.
Me doy la vuelta, la lluvia me da en la cara con tanta fuerza que tengo que entrecerrar los ojos, pero puedo ver lo suficiente como para ver a lo que sea eso acercarse.
Viene hacía a mi, corriendo, y no es algo, es quién. Baja el ritmo y se acerca tranquilamente, estamos cara a cara y alcanzo a ver quién es, lo conozco, estoy apunto de preguntarle que hace aquí con este tiempo cuando, sin preverlo, me empuja y caigo al vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario